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viernes, 2 de mayo de 2014

1 DE MAYO, SUBIDA A LA CRUZ DE JUANAR

A la espalda del grupo, hermoso como siempre el Cerro del Juanar. No importaba la subida ni la distancia, todos estábamos ilusionados por seguir la tradición y disfrutar junto a los demás peregrinos, que nos encontrábamos en el camino con la misma ilusión.

Jara del diablo (Halimium atriplicifolium)

Parada tradicional en el Tajo Juan Bénitez.

Segundo año de subida a espalda de su padre de una joven peregrina. Ya la fotografiamos el año pasado cuando era un bebe.

Cada uno tiene su particular filosofía en este día para subir hasta la cruz: en solitario para sentir con más intensidad sus vivencias, con amigos, en familia, porteado por espadas y fuertes brazos y muchos con la fe que le da sus creencias.

Viborrera andaluza (Echium albicans).

Los Romeros de la Cruz de Juanar mantienen la tradición de celebra la misa en la cima del cerro.


Parada para recoger fuerza y conversar.

Última parada en la Casa del Guarda o del Pino.

Boca de dragón mayor (Antirrhinum barrelieri).

Manzanilla amarga, bastada o siempre viva (Helichrysum stoechas)

Añadimos a esta entrada, un escrito donde Dolores Navarro recoge las vivencias de Antonio Navas Toro (El Cartero). En él se refleja la fe y creencias que todos llevamos dentro.


ESPIRITUALIDAD, FE, PAZ…

La espiritualidad de un pueblo es algo inherente a él, sus creencias y devociones forman parte de la idiosincrasia de sus individuos. En situaciones límites, la fe que generaciones pasadas depositaron en los cuerpos adhiriéndose a cada célula como parte de ellas, afloran desde el interior de cada uno, para sostener a la persona desamparada en los momentos difíciles.

Francisco Toro Zalla hombre de la mar que vivía en el Castillo de Marbella, en la dura época de la posguerra, como pescador, tenía unos míseros ingresos que no le permitía sacar adelante a su familia y como tantos otros subía a Sierra Blanca a coger esparto, que por aquel entonces se pagaba a una peseta el kilo. Un atardecer en que Francisco estaba cogiendo esparto en la Cañada de Juan Ingles, sintió un latigazo en una de sus piernas, el dolor punzante que fue extendiéndose por su extremidad le aviso de que le había mordido una víbora. El veneno inyectado por los dientes de la serpiente adormecía con rapidez su cuerpo, angustiado sintió como iba perdiendo el sentido de la conciencia y el hombre de mar, se vio perdido en un mar de piedras lejos de los suyos y de toda ayuda externa, sabía que sus posibilidades de sobre vivir eran muy pocas en tan recónditos parajes, en esos momentos cruciales de su interior surgió la fe por cada uno de los poros de su piel y prometió a la Santa Cruz del Juanar, que si se salvaba, volvería en un uno de mayo con siete nietos a poner siete velas en ese lugar donde estaba postrado. Bajo los efectos del veneno Francisco estuvo inconsciente toda esa noche y parte del día siguiente, cuando despertó consiguió con grandes esfuerzos regresa a su casa.

Pasaron los años y Francisco no pudo cumplir la promesa que en momentos tan difíciles hizo, al final de sus días el hombre con gran pesar contó a su nieto Antonio Navas Toro (el cartero), la tristeza que tenía por no haber podido cumplir la promesa que hizo. El nieto prometió al abuelo que si sus otros nietos no querían ir a cumplir la promesa, él subiría a la Cañada de Juan Ingles y la cumpliría.

Antonio después de la muerte de Francisco quiso juntar a sus hermanos y primas para cumplir la promesa de su abuelo, sin conseguir que alguno de ellos le acompañara, apesadumbrado el joven contó a su amigo Dionisio lo que le pasaba y el chico se ofreció a acompañarlo, cuando él quisiera cumplir la promesa hecha al abuelo.

Un uno de mayo a las dos de la madrugada, Antonio y Dionisio desde Marbella comenzaron a andar dirección a la Cañada de Puerto Rico, al llegar a la cañada caminaron por la vereda que asciende de sur a norte hasta el Puerto de Marbella y desde allí subieron a la cima del Cerro del Juanar, donde está enclavada la cruz de hierro venerada por los marbelleros, descendieron por la parte oeste del cerro, bajaron por la Hoya Carbonera hasta el Circo del Juanar, tomando desde allí la vereda que lleva al Puerto Verdegraja o Juan de graja, desde ese puerto descendieron al cruce donde se junta la Cañada de Juan Ingles y la Cañada del Pilón, que es el lugar donde a Francisco le picó la víbora.

Ya en el sitio que le explico su abuelo, Antonio preparó las siete velas y las encendió, comenzó a rezar las oraciones que Francisco quería que en esos momentos dijera y al terminar de rezar el primer padre nuestro a unos cuarentas metros de los dos chicos, vieron a un hombre vestido de negro que con un brazo levantado les decía adiós con el sombrero que llevaba en su mano, lentamente el hombre se fue alejando  de ellos hasta desaparecer. Antonio preguntó a su amigo si él estaba viendo al hombre y esté le dijo que si, cuando dejaron de ver al hombre Antonio termino con fervor  las oraciones encomendadas y después de un tiempo apagó las velas continuando el descenso de la cañada. Durante el camino encontraron a unas cabras que con el sonido de sus cenceras le fueron acompañando en su bajada, un poco antes de llegar al Nacimiento de Río Molino Antonio y Dionisio se dieron cuenta que las cabras no estaban, los dos amigos intrigados por la súbita desaparición de los animales, las estuvieron buscando sin encontrar rastros de ellas. Cansados y confuso por lo ocurrido se pararon para beber y descansar en el nacimiento, después continuaron caminando por la carretera hasta llegar  a la Autovía Costa del Sol, a la altura de Río Verde, para coger un autobús que les llevara a Marbella.

Sentado en el autobús Antonio vio que sus pies estaban hinchados, sin embargo al llegar a su casa la hinchazón había desaparecido, el joven después de darse una ducha se sentía también que decidió salir como cualquier otro día de fiesta.

Cada uno de los pasos que dio Antonio para cumplir lo prometido a su abuelo, fueron produciendo a lo largo del día una serie de acontecimientos de difícil explicación, todo ello fue creando dentro de él una paz que gravo en su interior, ese bienestar que se acomoda en el infinito interno de cada persona, acompañándolo durante el resto de su vida.

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