ESPIRITUALIDAD, FE, PAZ…
La espiritualidad de un pueblo
es algo inherente a él, sus creencias y devociones forman parte de la
idiosincrasia de sus individuos. En situaciones límites, la fe que generaciones
pasadas depositaron en los cuerpos adhiriéndose a cada célula como parte de
ellas, afloran desde el interior de cada uno, para sostener a la persona
desamparada en los momentos difíciles.
Francisco Toro Zalla hombre de
la mar que vivía en el Castillo de Marbella, en la dura época de la posguerra,
como pescador, tenía unos míseros ingresos que no le permitía sacar adelante a
su familia y como tantos otros subía a Sierra Blanca a coger esparto, que por
aquel entonces se pagaba a una peseta el kilo. Un atardecer en que Francisco
estaba cogiendo esparto en la Cañada de Juan Ingles, sintió un latigazo en una
de sus piernas, el dolor punzante que fue extendiéndose por su extremidad le
aviso de que le había mordido una víbora. El veneno inyectado por los dientes
de la serpiente adormecía con rapidez su cuerpo, angustiado sintió como iba
perdiendo el sentido de la conciencia y el hombre de mar, se vio perdido en un
mar de piedras lejos de los suyos y de toda ayuda externa, sabía que sus
posibilidades de sobre vivir eran muy pocas en tan recónditos parajes, en esos momentos
cruciales de su interior surgió la fe por cada uno de los poros de su piel y
prometió a la Santa Cruz del Juanar, que si se salvaba, volvería en un uno de
mayo con siete nietos a poner siete velas en ese lugar donde estaba postrado.
Bajo los efectos del veneno Francisco estuvo inconsciente toda esa noche y
parte del día siguiente, cuando despertó consiguió con grandes esfuerzos
regresa a su casa.
Pasaron los años y Francisco no
pudo cumplir la promesa que en momentos tan difíciles hizo, al final de sus
días el hombre con gran pesar contó a su nieto Antonio Navas Toro (el cartero),
la tristeza que tenía por no haber podido cumplir la promesa que hizo. El nieto
prometió al abuelo que si sus otros nietos no querían ir a cumplir la promesa,
él subiría a la Cañada de Juan Ingles y la cumpliría.
Antonio después de la muerte de
Francisco quiso juntar a sus hermanos y primas para cumplir la promesa de su
abuelo, sin conseguir que alguno de ellos le acompañara, apesadumbrado el joven
contó a su amigo Dionisio lo que le pasaba y el chico se ofreció a acompañarlo,
cuando él quisiera cumplir la promesa hecha al abuelo.
Un uno de mayo a las dos de la
madrugada, Antonio y Dionisio desde Marbella comenzaron a andar dirección a la
Cañada de Puerto Rico, al llegar a la cañada caminaron por la vereda que
asciende de sur a norte hasta el Puerto de Marbella y desde allí subieron a la
cima del Cerro del Juanar, donde está enclavada la cruz de hierro venerada por
los marbelleros, descendieron por la parte oeste del cerro, bajaron por la Hoya
Carbonera hasta el Circo del Juanar, tomando desde allí la vereda que lleva al
Puerto Verdegraja o Juan de graja, desde ese puerto descendieron al cruce donde
se junta la Cañada de Juan Ingles y la Cañada del Pilón, que es el lugar donde
a Francisco le picó la víbora.
Ya en el sitio que le explico
su abuelo, Antonio preparó las siete velas y las encendió, comenzó a rezar las
oraciones que Francisco quería que en esos momentos dijera y al terminar de
rezar el primer padre nuestro a unos cuarentas metros de los dos chicos, vieron
a un hombre vestido de negro que con un brazo levantado les decía adiós con el
sombrero que llevaba en su mano, lentamente el hombre se fue alejando de ellos hasta desaparecer. Antonio preguntó a
su amigo si él estaba viendo al hombre y esté le dijo que si, cuando dejaron de
ver al hombre Antonio termino con fervor
las oraciones encomendadas y después de un tiempo apagó las velas
continuando el descenso de la cañada. Durante el camino encontraron a unas
cabras que con el sonido de sus cenceras le fueron acompañando en su bajada, un
poco antes de llegar al Nacimiento de Río Molino Antonio y Dionisio se dieron
cuenta que las cabras no estaban, los dos amigos intrigados por la súbita
desaparición de los animales, las estuvieron buscando sin encontrar rastros de
ellas. Cansados y confuso por lo ocurrido se pararon para beber y descansar en
el nacimiento, después continuaron caminando por la carretera hasta llegar a la Autovía Costa del Sol, a la altura de
Río Verde para coger un autobús que les llevara a Marbella.
Sentado en el autobús Antonio
vio que sus pies estaban hinchados, sin embargo al llegar a su casa la hinchazón
había desaparecido, el joven después de darse una ducha se sentía también que
decidió salir como cualquier otro día de fiesta.
Cada uno de los pasos que dio Antonio para cumplir lo
prometido a su abuelo, fueron produciendo a lo largo del día una serie de
acontecimientos de difícil explicación, todo ello fue creando dentro de él una
paz que gravo en su interior, ese bienestar que se acomoda en el infinito
interno de cada persona, acompañándolo durante el resto de su vida.
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